Los
primeros pasteles fueron grandes y redondos panes, cubiertos con miel y
adornados con nueces y frutas secas, que se preparaban para celebrar el
cumpleaños de los varones egipcios. Pero el típico pastel circular y brillante
por la luz de las velas nació en la tierra de los dioses del Olimpo. Los
griegos horneaban pasteles redondos como la luna para honrar a Artemisa, diosa
virgen de la caza y del astro de la noche.
Las velas
en el pastel representaban los resplandores de la luna. Una vez en el templo de
Artemisa, se soplaban las velas con la esperanza de que el humo llevara las
plegarias hasta la morada de los dioses. Hoy pedimos deseos antes de soplar las
velas, pensamiento místico que proviene de una tradición pagana.
Algunos
colocan objetos dentro del pastel: monedas, anillos o dedales que, de ser
encontrados, son presagios de riqueza, matrimonio o mala suerte. Esta tradición
medieval inglesa nos hace pensar en la rosca de Reyes que partimos cada 6 de
enero: un bollo dulce, propio de la repostería española, adornado con rodajas
de fruta cristalizada y que semeja la corona real.
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